1.7.11

La hora del lobo (a lo Freudiano)

El pasado miércoles, como es costumbre —de las buenas—, se proyectó el film La hora del lobo (1968) a manera de cierre para nuestro variopinto Ciclo Capricho; segunda cinta de horror que presentamos (Antichrist sería la primera), y segunda ocasión que repetimos cineasta (von Trier sería el primero). Detalles más, detalles menos, esta cinta del genio sueco la estelarizan los igualmente geniales Liv Ullmann y Max von Sydow, y nos plantea una pareja, en retiro-escape del mundo, viviendo en su istva en una isla sueca. 

Antes que nada, y sobre todo con la idea de recuperar el corte psicologizante de la plática al final de esta proyección, me gustaría recuperar algunas categoría propuestas por nada más y nada menos que Herr Freud para pensar lo horroroso. De esta manera buscamos compartir por qué algunas de las escenas nos parecen verdaderamente para poner la piel de gallina, por un lado, y por el otro la impecable hechura psicológica de los personajes en las películas de Bergman que ya notábamos como algo sobresaliente desde la función pasada, en que tuvimos el gusto de ver Fresas Salvajes.
Sin más preámbulos, creo que la distinción entre frucht (miedo), y angst (angustia) es muy pertinente; por un lado, el miedo sería necesariamente miedo de algo definido, algún objeto o situación específica; la angustia por su parte conllevaría un carácter de indeterminación, de espera, de vacío, que imposibilita la huida o la lucha. En este sentido, las noches insomnes que Sydow pasa en compañía de Ullmann, están empapadas de ese talante de horrorosa espera: “el mar siempre está en movimiento… es verdaderamente algo aterrador”, comenta Ullmann. Es ese el material del que está hecha la hora del lobo: la inminencia de la muerte que gusta particularmente de esos silencios expectantes de madrugada, de pesadillas que se aprisionan en un bloc de dibujos, y ofrecen un rostro a los horrores que aguardan en la quietud de la noche. Es por eso que un minuto puede ser tan largo, como genialmente Bergman lo hace notar en aquella escena donde se mide tortuosamente su transcurrir.

Sin embargo, la angustia acaba por adquirir una tesitura particular, de mudarse en miedo; en este caso, son precisamente los habitantes del castillo  quienes están para cumplir ese papel, como bien lo advierte Ullmann “ellos quieren separarnos… si yo no estoy es más fácil para ellos”. Es ahí donde un elemento más de complejidad puede añadirse, ya que estas apariciones parecen tener un as bajo la rancia manga: la amante otrora perdida pero nunca olvidada por el personaje de Sydow, que en adelante estará destinada a jugar el papel de anzuelo con sus besos, trampa a la cual el artista quedará asido tan lastimosamente como los peces que babean sangre por sus agallas reventadas.

Hay pues un elemento de novedad (la presencia en la isla de todos estos moradores con su castillo y todo), que por otra parte se anticipaba intuitivamente ya (Sydow ya había conocido a toda esta tropa, una vez, en un sueño), y que además remite a detalles de la más íntima naturaleza (como la amante perdida), que movilizan recuerdos sepultados y confesiones entre  una espera nocturna y otra  (las alusiones al armario donde encerraban a Sydow, o la verdadera historia de cuando lo mordió aquella serpiente). Éstas son, por otro lado, las condiciones de lo ominoso de las que habla Herr Freud, lo íntimo del deseo vuelto secreto, que regresa a la vez como sorpresa de pánico, y horrorosamente familiar, en tanto que recuerda a algo que si se intuye, no se puede decir.
Finalmente, me resuena un comentario hecho en la discusión grupal, que se preguntaba por el lugar de la locura de Ullmann en todo este embrollo. Creo que es justamente ella quien da la clave para entenderlo, cuando en un speech bastante dulce plantea cómo al pasar mucho tiempo con alguien que se ama, uno acaba por pensar como él, verse como él hasta en las arrugas… y añade, que quisiera que un día llegaran a ser tan viejos que pudiera leer sus pensamientos. Por otro lado, (y además de que la temática no pueda sino remitir a Persona) hay una escena en que Ullmann recuerda con nostalgia que su amado un día la halagó diciéndole que ella era una persona entera, con sentimientos enteros y que era muy importante que existiera gente así. Creo que en este juego de significantes que sería la relación amorosa (que por otra parte aquí tiene por contrapeso nada más y nada menos que la locura), este halago formulado a Ullmann es en buen sentido estructurante… si ella se preguntaba por qué era bella o buena, por qué tenía sentido, podía responderse… porque soy una persona entera… y sobre todo por que es él quien lo dice. De esta forma, que este hombre se sostuviera a su lado, en primera instancia, y que sostuviera por lo menos vivo o cuerdo no eran asuntos menores para Ullmann quién valientemente le advierte que por más aterrada que esté, no se va a mover de su lado, y dulcemente le acompaña por las noches en vela. Lo trágico es que, dada la elección entre el amor de Liv (esa vejez de gente entera), o el de Veronica (la locura), Sydow elige lo segundo.

Y ahora queda saber a quién elige el cineclub dada la elección: 
¡¡¡Liv Ullmann vs Bibi Andersson!!!


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